El despegue de los cultivos de soya se produce a principios de los años noventa. En 1994 se sembraron 316 mil hectáreas y creció sin parar hasta 1998, año en que las tierras con cultivos de soya alcanzaron 619 mil hectáreas. Esto significa que en cinco años las tierras cultivadas prácticamente se duplicaron. En adelante y hasta el año 2002 la expansión soyera se estancó debido a la caída de los precios internacionales. Una vez que los precios comenzaron a recuperarse, los cultivos de soya también se ampliaron hasta alcanzar en 2013 un total de 1.237.000 hectáreas. En otras palabras, el fenómeno soyero lleva más de 20 años de crecimiento sostenido dirigido por la subida permanente de los precios de este grano en el mercado internacional.
Según los precios de la Bolsa de Chicago, el precio de la soya también subió a lo largo del tiempo. Mientras que en 1994 el precio en dólares americanos por tonelada era de 230 USD, para el año 1997 alcanzó 280 USD. Posteriormente los precios cayeron por debajo de 200 USD y recién en 2004 recuperó el nivel alto de los años anteriores. Posteriormente retornó por unos tres años la tendencia a la baja pero la crisis alimentaria global entre 2007 y 2008 provocó un ascenso rápido y permanente del precio de la soya hasta que en 2012 alcanzó la cifra de 537 USD por tonelada.
En términos de volúmenes, las estadísticas oficiales registran una producción de 322 mil toneladas para el año 1991, cifra que sube a 851 mil toneladas para 1994. En 1999 supera el techo de un millón de toneladas de producción por año y el crecimiento se sostiene hasta alcanzar 2.8 millones de hectáreas en 2013. Estas cifras solo ratifican las tendencias generales y mayormente responden a la mayor incorporación de tierras para el cultivo de soya. En general los rendimientos agrícolas del país continúan siendo los más bajos de la región soyera de América Latina (Brasil, Argentina, Paraguay, Uruguay) con un promedio de 2.2 toneladas por hectárea.
Impactos ambientales y sociales
La expansión soyera es parte de un fenómeno regional de mayores dimensiones en los países vecinos de Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay. El mayor incentivo ha sido la demanda de los países industrializados por materias primas agrícolas para su industria alimentaria, producción de biocombustibles y cría intensiva de ganado a escala industrial. En países emergentes como China la población creciente con ingresos medios aumentó su demanda de alimentos, carnes y energía.
El otro factor de importancia ha sido la subida permanente de precios de combustibles fósiles que elevó los precios de producción e incentivó el mercado de biocombustibles.
El uso creciente de tierras para la producción de soya causa impactos ambientales y sociales. Los cultivos se expanden generalmente a costa de tierras del bosque, provoca la deforestación de extensas tierras y afecta ecosistemas frágiles de las tierras bajas. La producción de soya también aumenta un uso creciente de agroquímicos y la consecuente contaminación de ríos y fuentes de agua dulce. Estos costos ambientales no se contabilizan y no existen restricciones económicas o regulaciones para reponer el daño ambiental.
Los impactos sociales afectan principalmente a las comunidades indígenas y campesinas que viven en las zonas de producción soyera. En vista que las tierras tienen mayor valor comercial, las comunidades campesinas e indígenas sufren presiones para dejar de sembrar los cultivos tradicionales y en forma diversificada, se embarcan en la producción de soya a pequeña escala, alquilan sus tierras a los productores más exitosos o en casos extremos son despojados directa o indirectamente de sus tierras y territorios. Si bien una parte de la población campesina e indígena se inserta de forma exitosa en el agronegocio, la mayoría tiende a perder control sobre tierras, recursos naturales y es víctima de explotación económica por parte de capitales financieros, empresas proveedoras de insumos agrícolas y tecnología.
Esta y otras notas puede encontrar en el siguiente enlace: El pequeño productor soyero.