Rol de las mujeres en la marcha al Norte de La Paz: Del minifundio a la convivencia con el bosque

El Norte de La Paz para muchos campesinos y campesinas es un territorio de reivindicación de derechos por el acceso a la tierra; al menos eso fue en el pasado.

El Norte de La Paz para muchos campesinos y campesinas es un territorio de reivindicación de derechos por el acceso a la tierra; al menos eso fue en el pasado. Particularmente en la década de los años 50, los campesinos andinos arribaron a los bosques amazónicos para enterrar un pasado marcado por el minifundio y parcelación extrema de tierras en el Altiplano. Buscaban tierras no para traficar, sino para dedicarse a lo que ya sabían hacer: producir alimentos. Mientras luchaban por acostumbrarse al clima tropical, casi al margen del apoyo estatal, fundaron comunidades, abrieron carreteras, crearon sindicatos agrarios y habilitaron asentamientos humanos en la selva amazónica. En esta dinámica migratoria, las mujeres han cumplido un rol determinante. Además de sostener tareas reproductivas en hogares y viviendas en restructuración, contribuyeron a la definición de agendas colectivas y como la fundación de sus comunidades agrarias.

Antonia Anagua Llanque es una de las mujeres que transitado la migración forzosa al salir de su antigua comunidad en Oruro para ir a San Buenaventura.  Anagua es una agricultora aymara de 56 años, una de las más activas de Río Colorado, comunidad intercultural ubicada en el municipio de San Buenaventura. Se dedica a la agricultura familiar y no solo cree con convicción en la vida rural como opción de vida, sino que lo demuestra con acciones.  La historia de vida de esta mujer tiene de todo: esperanza, de vida sindical, lucha, pero sobre todo valentía para encarar el tortuoso camino familiar de residencias múltiples hasta establecerse en el Norte de La Paz y allí sostener la agricultura familiar.

Altiplano, agricultura en tierras fragmentarias

Antonia nació en 1968 en la provincia Sud Carangas del departamento de Oruro. Cuando era niña vio de cerca cómo sus padres trabajaban tierras sin cesar, pero sus ingresos no mejoraban porque las parcelas que habían heredado de sus antecesores estaban desgastadas, fragmentadas y sobre todo no tenían el potencial productivo. Esta situación cambió radicalmente cuando sus papás, un día, decidieron dejar sus tierras. Sus papás no vieron las ciudades cercanas como opción de vida, sino otros territorios rurales que ni ellos mismos llegaron a imaginar en ese momento.

“Yo he dejado mis tierras en el altiplano por dos motivos, primero esas tierras no eran muy productivas y segundo las tierras eran muy pequeñas, por eso con mi familia decidimos salir de mi comunidad y buscar otras tierras como en los yungas”, dijo Anagua.

La familia de Antonia no fue la única en abandonar su comunidad originaria por falta de tierras productivas. Ya varios investigadores han dado cuenta este hecho recurrente hasta hoy. El investigador agrario Miguel Urioste (2011) menciona que la fragmentación de la tierra es uno de los principales problemas de la estructura agraria en Bolivia. Así mismo, señala que la subdivisión excesiva de las parcelas por herencia familiar ha generado minifundios cada vez más pequeños, e incluso inviables productivamente. De igual forma, Urioste enfatiza que este proceso de fragmentación se ha intensificado en las últimas décadas, poniendo en amenaza la sostenibilidad de pequeños productores de alimentos.   

Antonia a su corta edad no entendía toda la problemática de la tierra, pero en realidad no necesitaba buscar muchas explicaciones para imaginar qué futuro le esperaría si su familia se quedaba en Oruro.

“Por ejemplo, su familia de mi papá tenía parcelas muy pequeñas porque se habían dividido con sus hermanos y hermanas y el ese pedazo tenía que dividir con mis hermanos y nos iba a tocar muy chiquitos”, mencionó.

Caranavi, zona de transición y migración

La colonia campesina Nueva Llusta, municipio de Caranavi, fue el nuevo hogar de Antonia. Sus papás junto a otras familias encontraron tierras vacantes en las afueras de Caranavi. Ni bien se asentaron, empezaron a cultivar arroz y frutas para comercializar en la feria.

 “Primero llegamos a Caranavi, luego nos fuimos a una colonia cerca y ahí teníamos una parcela para trabajar, al inicio producíamos arroz y vendíamos en Caranavi y de la venta de arroz nos ganábamos mejor que en el altiplano y también sembramos yuca, plátanos y frutas como naranja y mandarina para nuestra alimentación”, contó Anagua.

Por la venta del arroz mejores ingresos. Además, por las condiciones de clima y suelo podían producir alimentos para consumo familiar y de esta manera la vida de Antonia mejoró en comparación a lo que vivieron en el altiplano.

Muchas familias migrantes de tierras altas llegaron a la región sin conocer el lugar. Varias investigaciones señalan que los primeros asentamientos y colonizaciones en el Norte de La Paz primero se dieron en el sector de Caranavi, posteriormente Alto Beni y finalmente llegaron al Norte de La Paz. Una vez asentadas en estas tierras el desafío fue organizarse socialmente y sindicalmente para consolidar su derecho propietario, para ello era necesario la conformación de comunidades o colonias de asentamiento.

Antonia inició su vida como dirigente cuando era joven en el cargo de Secretaria de Deportes de la colonia Nueva Llusta, como parte de la función social de su familia. El cumplimiento de la función social era una obligación para todos los colonos. Antonia no sabía que las mujeres podían asumir roles decisivos para consolidar las comunidades, pero en la práctica estaba en ese camino. En sus primeros años de dirigente se atrevió a plantear el fortalecimiento de las organizaciones agrarias en general. No se olvidó de las mujeres; en fondo sabía que ellas tenían que esforzarse doble para tener vos propia y hacer prevalecer sus derechos.

Yo me he formado desde que tenía 16 años en Caranavi, en la colonia Nueva, era muy chica en la colonia me han confiado y he organizado a las mujeres con el apoyo de Cáritas Boliviano”, afirmó.

En la colonia Nueva Llusta, Antonia conoció a su pareja y formó su propia familia. Mientras para Antonia empezaba una nueva etapa, su comunidad Nueva Llusta parecía ir en descenso porque ya no tenía espacio territorial vacante para nuevas generaciones. Por ese motivo, las familias jóvenes consideraron moverse hacia nuevas zonas próximas de Caranavi como Alto Beni, Yucumo o Rurrenabaque. 

Norte de La Paz, nuevo espacio de vida

Antonia, junto a su familia, fue parte de esa ola migratoria en la década de los 70, cuando surgieron las propuestas de promover el desarrollo de la Amazonía del Norte Paceño, inspirada en el auge del modelo agroindustrial de Santa Cruz. En 1971 se fundó la Corporación de Desarrollo Regional de La Paz (CORDEPAZ), que propuso un movimiento campesino y desarrollo producto denominado “la marcha hacia el norte”.

La propaganda de CORDEPAZ sobre sus actividades en San Buenaventura atrajo a los colonizadores de todo el país. En seguida nació una ola de migración y colonización aleatoria, casi desorganizado, y este programa en poco tiempo permitió la llegada a la región norte de La Paz de cientos de familias de tierras altas. Antonia, si bien iba de Caranavi, fue parte de esa corriente migratoria que buscaba habitar las selvas amazónicas y que adoptó la identidad de “campesinos colonizadores”, que se denominarían más adelante: “campesinos interculturales”.

A diferencia de otras familias, cuando llegó al Norte de La Paz, Antonia no tenía muchas dificultares de aclimatarse al nuevo contexto. En parte, en la colonia Nueva Llusta, en Caranavi, había aprendido a convivir con los mosquitos y no sucumbir ante el calor sofocante y sobre todo empezar de cero en la construcción de su hogar. Pero la dificultad de habilitar un espacio para vivir y finalmente acceder a tierras agrícolas era incierta, aunque no imposible.

 “En 1993 llegamos aquí con mi esposo y mis hijos buscando un lote de tierra para trabajar, llegamos sin conocer nada, ni sin saber por dónde ir, ni dónde quedarme, así llegamos a este lugar”, recordó.  

Antonia arribó por cuenta propia al Norte de La Paz, junto a su esposo e hijos en 1993, y fue la primera persona en movilizarse hasta conseguir un lugar para pernoctar.  Ella recuerda, con claridad, que todo era bosque. En ese entonces, el Norte de La Paz tenía extensas tierras sin ocupación, por lo tanto, había posibilidad de que los visitantes puedan solicitar tierras. Antonia, con cierta facilidad, logró asentarse en nuevas parcelas que encontró por azares de la vida pues se integró a un grupo de personas que buscaban nuevos miembros para formar una comunidad agraria que más adelante se llamaría Río Colorado.

“Ahí me he asomado a una casita y pregunto a dos jóvenes pidiendo alojamiento y ellos me indicaron que dentro de tres días va a haber una reunión y hay lote. He presentado una solicitud manuscrita solicitando un lote de terreno y sin dudar me han dado el lote en la comunidad Río Colorado”.

En realidad, había toda una política agraria que promovía la dotación de tierras a nuevas familias y migrantes que quisieran trabajarlas. El gobierno promovía el tema “la tierra es de quien la trabaja”. Antonia, al igual que otras familias nuevas, una vez asentado en su espacio territorial empezó a sembrar arroz y cítricos, aunque en esta época la actividad principal en esta región era la madera.

Consolidación de las comunidades interculturales

En la década de los 90, los hombres se dedicaban a extraer la madera, mientras las mujeres se quedaban al cuidado de los hijos y a cumplir con la función social y económica en sus parcelas familiares. Además, la función social implicaba involucrarse en la organización social y ejercer cargos comunales para la consolidación de sus comunidades.

Antonia llevaba una gran ventaja. Ya tenía varios años de experiencia en temas de sindicalismo y liderazgo que había iniciado y fortalecido en Caranavi.

Yo ya conocía la estructura del sindicalismo, en Caranavi he aprendido y aquí he asumido el cargo de Secretaria General de la comunidad tres veces”. “Además, esta experiencia que tenia del sindicalismo me ha permitido ser parte de las fundadoras de la organización de mujeres FESMAI y he sido ejecutiva en dos oportunidades”, señaló.

Antonia pronto se dio cuenta de que, si bien había cambiado de territorio, la dinámica social y cultural tenía las mismas características. Las voces de las mujeres estaban relegadas en segundo plano de los espacios de toma de decisiones comunales y el acceso a la tierra. Por ejemplo, las mujeres sociales o separadas no podrían acceder a las tierras. Pero Antonia asumió el cargo de Secretaria General de la comunidad Río Colorado. Ejerció el cargo no solo una vez, sino en tres y demostró su experiencia y capacidad de gestión comunal.

Uno sus logros es haber contribuido en el trámite de personalidad jurídica de la comunidad Rio Colorado y en el proceso de saneamiento de su comunidad. Hoy su comunidad cuenta con un título ejecutorial emitido por el Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA), un camino que no habría concluido sin el esfuerzo de Antonia. 

Gracias a su experiencia sindical, junto con otras mujeres de la región fundó la Federación Sindical de Mujeres Agropecuarias Interculturales de la Provincia Abel Iturralde (FESMAI). Esta organización le permitió avanzar en su liderazgo de la comunidad a la provincial de Abel Iturralde.  Ejerció el cargo de ejecutiva provincial de FESMAI por dos gestiones, aunque ella considera que aún tiene una deuda grande con sus pares.

Antonia se sentó en la mesa de los concejales del Gobierno Autónomo Municipal de San Buenaventura. Pero su experiencia como concejala municipal no es lo que más atesora, sino su lucha por reivindicar los derechos territoriales de los campesinos interculturales y de las mujeres.

Antonia rememora que la lucha por el acceso a la tierra de las familias en el Norte de La Paz no fue una tarea sencilla porque tuvo pelear ante otros actores de la zona que tenía más poder como los madereros y grandes propiedades privadas. Hoy su lucha no ha terminado, pero la batalla hoy es consolidar comunidades interculturales sostenibles económicamente, es decir que las familias puedan vivir bien del trabajo agrícola.

Desafíos actuales

Después de haber realizado una travesía larga de migración desde las tierras altas a tierras bajas, Antonia no solo demuestra su larga experiencia en el sindicalismo, sino su aporte en la consolidación de comunidades interculturales.  Con estas vivencias ella demuestra el rol que juega la mujer en el proceso de consolidación territorial de las familias campesinas.   

Hoy, el desafío que tiene Antonia ya no es tanto la vida sindical y liderazgo colectivo, sino encarrilar a sus hijos a un sentido de vida que busque la realización colectiva. Ella anhela que sus hijas fortalezcan sus conocimientos y mejor si alcanzan un grado académico en alguna universidad.  Una de sus hijas, estudió Ingeniera forestal, y eso es una de sus alegrías.

“Mi mayor sueño es que mis hijos e hijas se capaciten se formen en temas sindicales, también en universidades, quizá antes yo estaba metido más en temas del sindicalismo ahora a ellos yo les digo que lo más importante en la vida es capacitarse en diferentes temas para ser mejores personas con sabiduría y valores” “Pero ahora somos mamá y abuela a nuestros hijos inculcaremos por otro camino, ya no como antes y siempre participaremos también en los talleres para capacitarnos, señaló.

No ha dejado del todo la dirigencia, pero actualmente la señora Antonia prefiere apreciar la compañía de sus nietos, apoyar a sus hijos e hijas. Tampoco ha dejado de trabajar su chaco, pero opta por días menos agitados, aunque eso es casi imposible, reconoce. No es difícil encontrarla. Si no está en talleres o reuniones en Río Colorado o Tumupasa, está en su chaco removiendo las hierbas.

Si bien las familias en una comunidad rural de Norte de La Paz como de la señora Antonia que han logrado acceder legalmente a tierras agrícolas, el fraccionamiento de tierras también se manifiesta producto del crecimiento poblacional. No se sabe con certeza que hará las nuevas generaciones. Antonia espera que sus hijos puedan acceder a nuevas tierras.

La historia de vida de Antonia matiza una problemática estructural marcada por la fragmentación de la tierra y la migración de familias. La experiencia de Antonia muestra cómo la migración a tierras bajas permitió mejorar sus condiciones de vida, diversificando sus cultivos por las condiciones climáticas y obtener mejores ingresos familiares y garantizar la seguridad alimentaria de su familia. El relato de Antonia muestra cómo las mujeres han jugado un rol clave en la lucha por el acceso a la tierra y cómo las mujeres han sido agentes de cambio al luchar por sus derechos y mejorar sus condiciones de vida a través de la búsqueda de nuevas tierras y fortalecimiento de sus capacidades.

Raúl Fernández es técnico de la Regional Altiplano - Fundación TIERRA.

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