Memoria: Conferencia. Repensando el modelo agrario boliviano
La desaparición del lago Poopó a principios de este año, la tremenda sequía que castiga a las comunidades en el Altiplano y los valles, además de la inundación que asoló Pando en 2015, son una muestra de la magnitud de los cambios ambientales que estamos soportando, altamente visibles e impactantes por la difusión de los medios de comunicación. Íntimamente ligado a este contexto, aunque con una evidente menor amplificación y espectacularidad mediática, y no por ello menor importancia, se desarrollan los cambios agrarios y rurales en el país.
En menos de dos décadas, en Bolivia estamos viendo cómo, por un lado, se consolida un modelo agrario dominante de agricultura empresarial a gran escala, y, por otro, la agricultura a pequeña escala de campesinos e indígenas, que todavía muchos creemos que es la que provee la mayor parte de los alimentos que consumimos.
Ha habido cambios sustanciales en nuestro país en menos de 20 años que apuntan a la consolidación de este modelo dual y recíprocamente excluyente. La agricultura a gran escala no es un fenómeno nuevo. Lo asociamos con lo que pasa en Santa Cruz y se ha intensificado en los últimos años como un modelo exportador de materias primas agrícolas.
En Bolivia tan sólo nueve millones de hectáreas, de los 106 que poseemos, tienen potencial productivo. Esto significa menos del diez por ciento. De éstos, sólo 2,7 están cultivados. Tenemos apenas 1,6 millones de hectáreas que están en barbecho y descanso, 200 mil en terrazas agrícolas, 250 mil con pastos manejados. Pero lo relevante de todo esto es que, más de dos terceras partes son para la producción de soya. La ganadería ocupa alrededor de 24 millones de hectáreas.
A esto hay que agregar la magnitud de la expansión de la frontera agrícola. Cuando hablamos de ello nos referimos a deforestación, desmonte, desbosque. Los datos oficiales o los datos más creíbles que tenemos alcanzan hasta el año 2010. De los últimos seis años no tenemos datos oficiales, pero la presión se ha intensificado y, según varios cálculos, se estima que en Bolivia estaríamos deforestando bosques a un ritmo de 300 mil hectáreas por año. Es decir, en tres años se deforesta un millón de hectáreas de bosque primario. Esto es altísimo. Eso, obviamente, tiene que ver con todas las presiones y tensiones y conflictos por el control, manejo y aprovechamiento de los recursos naturales.
Si pasamos la mirada a la región andina, encontramos a la mayor parte de la población rural, el 70 por ciento está ahí. Pero a la inversa que el oriente, se trata de tierras marginales, minifundarias en el caso de altiplanos y valles o grandes extensiones como en Lípez en Potosí, que son Tierras Comunitarias de Origen de un millón de hectáreas, 1,4; pero no tienen el mismo valor económico que, digamos, cien hectáreas en la zona de expansión de Santa Cruz. Entonces, hay una significativa diferencia entre poseer títulos de propiedad sobre un millón de hectáreas en Lípez y en la zona de expansión de Santa Cruz. Hay que poner todos estos elementos en la balanza.
Pero el problema agrario no está aislado del contexto social. Es un fenómeno que también afecta a las tasas de pobreza que todavía se mantienen altas en nuestro país: en el sector urbano estamos con alrededor de 30 por ciento de pobreza, pero en el sector rural todavía está entre 60 y 70 por ciento y esto es difícil de reducir. En los últimos años casi se ha quintuplicado nuestra economía nacional y la pobreza se ha reducido en un 10 por ciento. No es suficiente. Esto tiene mucho que ver con la base productiva de este sector campesino indígena.
Esta memoria ofrece un acercamiento a estos temas, con la mirada y análisis de nuestros invitados a los paneles y los coloquios de la parte final. Hemos querido hacer un diagnóstico, pero por supuesto no quedarnos ahí solamente, sino proyectar los posibles caminos, las posibles trayectorias que se pueden seguir.
En menos de dos décadas, en Bolivia estamos viendo cómo, por un lado, se consolida un modelo agrario dominante de agricultura empresarial a gran escala, y, por otro, la agricultura a pequeña escala de campesinos e indígenas, que todavía muchos creemos que es la que provee la mayor parte de los alimentos que consumimos.
Ha habido cambios sustanciales en nuestro país en menos de 20 años que apuntan a la consolidación de este modelo dual y recíprocamente excluyente. La agricultura a gran escala no es un fenómeno nuevo. Lo asociamos con lo que pasa en Santa Cruz y se ha intensificado en los últimos años como un modelo exportador de materias primas agrícolas.
En Bolivia tan sólo nueve millones de hectáreas, de los 106 que poseemos, tienen potencial productivo. Esto significa menos del diez por ciento. De éstos, sólo 2,7 están cultivados. Tenemos apenas 1,6 millones de hectáreas que están en barbecho y descanso, 200 mil en terrazas agrícolas, 250 mil con pastos manejados. Pero lo relevante de todo esto es que, más de dos terceras partes son para la producción de soya. La ganadería ocupa alrededor de 24 millones de hectáreas.
A esto hay que agregar la magnitud de la expansión de la frontera agrícola. Cuando hablamos de ello nos referimos a deforestación, desmonte, desbosque. Los datos oficiales o los datos más creíbles que tenemos alcanzan hasta el año 2010. De los últimos seis años no tenemos datos oficiales, pero la presión se ha intensificado y, según varios cálculos, se estima que en Bolivia estaríamos deforestando bosques a un ritmo de 300 mil hectáreas por año. Es decir, en tres años se deforesta un millón de hectáreas de bosque primario. Esto es altísimo. Eso, obviamente, tiene que ver con todas las presiones y tensiones y conflictos por el control, manejo y aprovechamiento de los recursos naturales.
Si pasamos la mirada a la región andina, encontramos a la mayor parte de la población rural, el 70 por ciento está ahí. Pero a la inversa que el oriente, se trata de tierras marginales, minifundarias en el caso de altiplanos y valles o grandes extensiones como en Lípez en Potosí, que son Tierras Comunitarias de Origen de un millón de hectáreas, 1,4; pero no tienen el mismo valor económico que, digamos, cien hectáreas en la zona de expansión de Santa Cruz. Entonces, hay una significativa diferencia entre poseer títulos de propiedad sobre un millón de hectáreas en Lípez y en la zona de expansión de Santa Cruz. Hay que poner todos estos elementos en la balanza.
Pero el problema agrario no está aislado del contexto social. Es un fenómeno que también afecta a las tasas de pobreza que todavía se mantienen altas en nuestro país: en el sector urbano estamos con alrededor de 30 por ciento de pobreza, pero en el sector rural todavía está entre 60 y 70 por ciento y esto es difícil de reducir. En los últimos años casi se ha quintuplicado nuestra economía nacional y la pobreza se ha reducido en un 10 por ciento. No es suficiente. Esto tiene mucho que ver con la base productiva de este sector campesino indígena.
Esta memoria ofrece un acercamiento a estos temas, con la mirada y análisis de nuestros invitados a los paneles y los coloquios de la parte final. Hemos querido hacer un diagnóstico, pero por supuesto no quedarnos ahí solamente, sino proyectar los posibles caminos, las posibles trayectorias que se pueden seguir.