Desde la década de los ’80, nos encontramos en una nueva fase del capitalismo hegemonizada por el capital financiero y las transnacionales, que pasaron a controlar la producción de las principales mercancías y el comercio mundial, suscitando cambios estructurales en la producción agrícola.
Este control del capital financiero sobre los bienes, que circula en el mundo en proporciones cinco veces mayor a su equivalente en la producción (255 billones de dólares en moneda, para tan sólo 55 billones de dólares en bienes anuales), transformó los bienes de la naturaleza -como la tierra, el agua, la energía, los minerales- en meras mercancías bajo su control. Y es por eso que se ha producido una enorme concentración de la propiedad de la tierra, de los bienes de la naturaleza y de los alimentos.
En efecto, actualmente alrededor de 100 empresas agroalimentarias transnacionales (como Cargill, Monsanto, Dreyfus, ADM, Syngenta, Bunge, etc.) controlan la mayor parte de la producción mundial de fertilizantes, agroquímicos, pesticidas, agroindustrias y el mercado de alimentos. Porque ahora, los alimentos se venden y especulan en las bolsas de valores internacionales, como cualquier materia prima (hierro, petróleo, etc.), y los grandes inversionistas financieros adquieren millones de toneladas de alimentos para especular. Millones de toneladas de soja, maíz, trigo, arroz, hasta zafras venideras, ni siquiera sembradas, de 2018, ya están vendidas. O sea, esos millones de toneladas de granos que no existen, ya tienen dueño.
A este modelo de producción que el capital está implementando en todo el mundo se le conoce como el agronegocio (agribusiness) que, básicamente, busca organizar la producción agrícola en forma de monocultivo en escalas de extensiones cada vez mayores, con uso intensivo de máquinas agrícolas y de agrotóxicos, y la creciente utilización de semillas transgénicas.
De modo que esta matriz productiva del agronegocio es socialmente injusta, pues cada vez más expulsa a la mano de obra del campo; es económicamente inviable, pues depende de la importación de millones de toneladas de fertilizantes químicos; está subordinada a las grandes corporaciones que controlan las semillas, los insumos agrícolas, los precios, el mercado y que se quedan con la mayor parte de las ganancias de la producción agrícola; es insustentable para el medio ambiente, pues practica el monocultivo y destruye toda la biodiversidad existente en la naturaleza, con el uso irresponsable de agrotóxicos que destruyen la fertilidad natural de los suelos y sus micro-organismos, contaminan el medio ambiente y, sobre todo, los alimentos producidos, con consecuencias gravísimas para la salud de la población.
En Brasil, el Instituto Nacional del Cáncer (Inca) advirtió en febrero que se pronostica para este año 546.000 nuevos casos de cáncer en el país, la mayor parte originada por alimentos contaminados con pesticidas, sobre todo cáncer de mama y de próstata, ya que son las células más frágiles donde los principios activos de los venenos químicos actúan.
Soberanía alimentaria
Ante este modelo del agronegocio que busca la producción de dólares y commodities, y no de alimentos, precisamos urgentemente renegociar en todo el planeta el principio de que los alimentos no pueden ser una mercancía. La alimentación es un derecho de supervivencia, por lo que cada ser humano debe tener acceso a esta energía para reproducirse como un ser humano, de manera equitativa y sin ningún tipo de restricción.
En la Vía Campesina hemos desarrollado el concepto de soberanía alimentaria, que es la necesidad y el derecho de que en todos los lugares del mundo cada pueblo tiene el derecho y el deber de producir sus propios alimentos. Es de este modo que se ha garantizado la supervivencia de la humanidad, incluso en las condiciones más difíciles. Y está demostrado biológicamente que en todas partes de nuestro planeta se puede producir alimentos para la reproducción humana, a partir de las condiciones locales.
La cuestión clave es cómo garantizar la soberanía alimentaria de los pueblos. Y para eso tenemos que defender la necesidad de que todos los que cultivan la tierra y producen los alimentos, los agricultores, los campesinos, tengan el derecho a la tierra y al agua; como derecho de los seres humanos. De ahí la necesidad de la política de repartición de los bienes de la naturaleza (tierra, agua, energía) entre todos, lo que llamamos reforma agraria.
Precisamos garantizar que haya soberanía nacional y popular sobre los bienes fundamentales de la naturaleza. No podemos someterlos a las reglas de la propiedad privada y del lucro. Los bienes de la naturaleza no son fruto del trabajo humano. Por lo mismo, el Estado, en nombre de la sociedad, debe supeditarlos a una función social, colectiva, bajo el control de la sociedad.
Tenemos que asegurarnos de que las semillas, las diferentes razas de animales y sus mejoras genéticas hechas por la humanidad, a lo largo de la historia, sean accesibles a todos los agricultores. No puede haber propiedad privada de las semillas y los seres vivos, como nos impone la fase actual del capitalismo con sus leyes de patentes, transgénicos y mutaciones genéticas. Las semillas son un patrimonio de la humanidad.
En cada localidad, región, es preciso asegurar que se produzcan los alimentos necesarios que proporciona la biodiversidad local, a fin de preservar los hábitos alimenticios y la cultura local, como una cuestión inclusive de salud pública. Los científicos, médicos y biólogos nos dicen que la alimentación de los seres vivos, para su reproducción saludable, debe estar en armonía con el hábitat y la energía local.
Necesitamos políticas gubernamentales que fomenten la práctica de técnicas agrícolas de producción de alimentos, que no sean predadoras de la naturaleza, que no utilicen venenos y que produzcan en armonía con la naturaleza y la biodiversidad, y en abundancia para todos. A estas prácticas es lo que llamamos agroecología.
Precisamos impedir que las empresas transnacionales continúen controlando cualquier parte de la producción de los insumos agrícolas, la producción y distribución de los alimentos. Y a la vez, avanzar en la adopción de prácticas de comercio internacional de alimentos entre los pueblos, basadas en la solidaridad, la complementariedad y el intercambio. Y no más en el oligopolio de empresas, dominado por el dólar estadounidense.
Además, cabe al Estado desarrollar políticas públicas que garanticen el principio de que la comida no es una mercancía, que es un derecho de todos los ciudadanos. Y la gente sólo vive en sociedades democráticas, con sus derechos mínimos garantizados, si tiene acceso al alimento-energía necesario.
Un nuevo modelo de producción
Bajo la hegemonía de este modelo del agronegocio, en Brasil asistimos a un proceso acelerado de concentración de la propiedad de la tierra y de la producción agrícola y los bienes de la naturaleza están cada vez más concentrados en manos de menos capitalistas. Hubo una avalancha de capital extranjero y financiero para controlar más tierra, más agua, más agroindustrias y prácticamente todo el comercio exterior de los commodities agrícolas.
Además, con este modelo del agronegocio, se ha afianzado una alianza ideológica de clases entre los grandes terratenientes y empresarios de los medios de comunicación, especialmente la televisión, revistas y periódicos, que se han tornado en promotores y propagandistas permanentes de las empresas capitalistas en el campo, como único proyecto posible, moderno e insustituible. Hay una simbiosis entre los grandes propietarios de medios de comunicación, las empresas del agronegocio, los presupuestos de publicidad y el poder económico.
En estas nuevas condiciones, la lucha por la tierra y por la reforma agraria cambió de naturaleza. Por eso, en el VI Congreso Nacional del MST, realizado el pasado mes de febrero, se adoptó el programa de Reforma Agraria Popular, porque ella interesa a todo el pueblo. Ya no es más una reforma agraria de los sin tierra, porque apunta a contribuir a los cambios estructurales necesarios para el conjunto de la sociedad.
Una política de reforma agraria no se reduce simplemente a la distribución de la tierra para los pobres, si bien puede ocurrir para resolver problemas sociales emergentes localizados. Se trata de un camino hacia la construcción de un nuevo modelo de producción en la agricultura. Es urgente la reorganización de la agricultura para producir, en primer lugar, alimentos sanos para el mercado interno y para toda la población brasileña. Para ello, es necesaria y urgente la implementación de políticas públicas que garanticen estímulos para una agricultura diversificada en cada bioma, produciendo con técnicas de agroecología.
Al gobierno le corresponde destinar más recursos en la investigación agrícola para la alimentación y no solo para beneficiar a las transnacionales. Como también la puesta en marcha de un gran programa de implantación de agroindustrias pequeñas y medianas en la modalidad de cooperativas, para que los pequeños agricultores puedan tener sus agroindustrias a fin de agregar valor y crear mercado a los productos locales. Entre otras medidas.
Obviamente que la reforma agraria popular tomará más tiempo y será más difícil, porque vamos a tener que concientizar a la gente de la ciudad para que también se movilice, por ejemplo, por comida sana, por el etiquetado de los productos alimentarios que indique si contienen o no veneno, si tienen o no componente transgénico. Y, en general, por las contradicciones del agronegocio respecto a los alimentos, al cambio climático, al medio ambiente, al empleo.
Como señala el Programa del MST, ahora estamos ante nuevos desafíos, como:
“a) La reforma agraria popular debe resolver los problemas concretos de toda la población que vive en el campo:
b) La reforma agraria tiene como base la democratización de la tierra, pero busca producir alimentos saludables para toda la población; objetivo que el modelo del capital no consigue alcanzar;
c) La acumulación de fuerzas para este tipo de reforma agraria depende ahora de una alianza consolidada de los campesinos con los trabajadores urbanos. Solitos los sin tierra no conseguirán la reforma agraria popular.
d) Ella representa una acumulación de fuerzas para los campesinos y toda clase trabajadora en la construcción de una nueva sociedad.”
- João Pedro Stedile es miembro de la Coordinación Nacional del MST y de la Vía Campesina Brasil.
- Osvaldo León es Director de “América Latina en Movimiento.
Publicado en América Latina en Movimiento, No. 496: http://alainet.org/publica/496.phtml