La Organización de Naciones Unidas ha declarado a 2014 como el Año Internacional de la Agricultura Familiar. Una primera lectura desde un plano optimista nos llevaría a destacar el hecho como un reconocimiento justo a un sector productivo casi tan antiguo como nuestra civilización misma. En la misma línea, habrán quienes destaquen la medida como un nuevo "gesto de solidaridad" de la comunidad internacional para con los sectores rurales más vulnerables. Históricamente, sin embargo, la institucionalidad internacional ha estado más al servicio del poder económico transnacional que de las grandes mayorías del planeta. Cabe entonces preguntarse por los motivos de fondo que han impulsado dicha declaración. Reconociendo que una parte importante debe ser atribuida a esfuerzos activistas de varios movimientos como por ejemplo la Vía Campesina y el Foro Rural Mundial, acá planteo que existen al menos dos razones subyacentes que explican tal apuesta de la burocracia internacional del desarrollo.
Por un lado, existe un creciente consenso sobre la necesidad de transformar el actual sistema agroalimentario global que ya revela serios problemas de insostenibilidad tanto ambiental como social. Este hecho fue corroborado recientemente por científicos y expertos reunidos en el panel para la Evaluación Internacional del Conocimiento, Ciencia y Tecnología Agrícola para el Desarrollo que fue organizado como una iniciativa intergubernamental bajo el paraguas de las Naciones Unidas. Acá es destacable el "giro" de una parte importante de los expertos que en cuanto respecta a la agricultura de corte industrial y la política económica liberal, pasaron de la defensa al cuestionamiento. Y es que una vez más los modelos teóricos han sido sacudidos por la realidad, que en este caso encontró su expresión material en la crisis alimentaria del año 2008. El mundo fue testigo que en pleno siglo XXI cerca de 1 billón de personas padeció hambre, mientras que simultáneamente algunas empresas transnacionales aumentaron sus ganancias de manera significativa. Esto fue obra de la ortodoxia neoliberal y su apuesta por un mercado no regulado que se encargó nuevamente de concentrar los beneficios en un grupo reducido de empresas a cambio del sufrimiento de millones de personas.
El problema alimentario, sin embargo, no se reduce al control monopólico que conllevan las relaciones de mercado, tiene que ver también con los diversos componentes del actual sistema agroalimentario. Desde la producción de los alimentos, pasando por su procesamiento y distribución, hasta su consumo, existen complejas relaciones sociales que reproducen un sistema injusto y cada vez más apartado de lo que debería ser su rol medular: garantizar alimentos sanos y en cantidades suficientes a todos los habitantes del planeta. En particular, el modelo agroindustrial basado en la lógica del agronegocio ha probado ser una promesa que cayó en saco roto. Lejos de representar un modelo de producción con el potencial de eliminar el hambre del mundo, en la práctica esta agricultura de gran escala tiende a la concentración de la tierra y la riqueza, a la exacerbación de la inequidad y carece de sostenibilidad no solo por sus fuertes impactos ambientales sino por su alta dependencia ante el petróleo barato que, como ya se ha proyectado, se acabará pronto.
Una segunda razón que explica la apuesta por la agricultura familiar está íntimamente relacionada con la naturaleza de su sistema productivo altamente intensivo en mano de obra. De hecho, se estima que en la actualidad la agricultura familiar provee empleo a cerca de 1,3 billones de personas, siendo por tanto una de las principales actividades económicas a nivel mundial. Se conoce además que la pobreza se encuentra concentrada particularmente en este sector socio-económico, hecho que a su vez lo coloca en la agenda global del desarrollo. En otras palabras, apoyar la agricultura familiar resulta hoy en día fundamental en la lucha contra la pobreza. No sorprende pues que George Gelber, durante su intervención en el Foro Andino Amazónico, plantee que en esencia el interés de las Naciones Unidas por promocionar la agricultura familiar se basa en su preocupación por el fracaso de los objetivos de desarrollo del milenio (ODMs) que a un año del plazo establecido (2015) no sólo no serán alcanzados sino que mostrarán un progreso bastante modesto.
Si aceptamos los argumentos vertidos es posible plantear que la declaración del año internacional de la agricultura familiar responde esencialmente a una necesidad imperante de promover cambios en la agricultura y la realidad rural. En el mejor de los casos, dicha declaración representará un empujón para lograr mayor apoyo a este sector por parte de los diferentes gobiernos del mundo además de crear la necesaria conciencia pública para promover el consumo de sus productos. En el peor de los casos, sin embargo, se convertirá en un antecedente más que ponga en tela de juicio la efectividad de este tipo de medidas que en más de una ocasión no han sido mucho más que una fotografía protocolar.
1 Máster en Medioambiente y Desarrollo del King´sCollege, Universidad de Londres. Actualmente trabaja como investigador en TIERRA.