Los costos ocultos de la agricultura dominante

Hemos perdido de vista que la agricultura de donde provienen los alimentos de consumo masivo causa altos costos económicos, ambientales, humanos y sociales; de los cuales se desentienden los grandes agricultores y una parte recae directamente sobre la salud y los bolsillos de los propios consumidores.

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En Bolivia, poca gente se pregunta por qué los alimentos son relativamente baratos. Incluso la guerra entre Rusia y Ucrania, que generó caos en varias partes del mundo, no logró desestabilizar los precios de los alimentos básicos. Mientras el costo de vida se disparaba en la mayoría de los países, la población boliviana no tuvo grandes dificultades para abastecerse de alimentos y a precios estables. Una razón es la subvención estatal a los alimentos, sin duda, pero no la única razón.

La vigencia de precios estables por varios años creó en nosotros la sensación de que gastamos menos en alimentos. Esta percepción también está influenciada por el crecimiento constante de los gastos en educación, transporte, salud, comunicaciones, servicios básicos y otros. En estas circunstancias, los dueños de la agricultura dominante, es decir la cruceña, no tardaron en apropiarse de la actitud calmada de los consumidores para sembrar el mensaje de que gracias a ellos los bolivianos no pasamos hambre.

Sin embargo, lo cierto es que los alimentos no son nada baratos, ni los grandes agropecuarios son la versión moderna del buen samaritano. El precio de los alimentos que conocemos solo refleja una fracción de los verdaderos costos de la agricultura y el resto permanece en la sombra: los llamados “costos ocultos”.

Primero, la agricultura que predomina, es decir, la mecanizada a gran escala, está plagada de malas prácticas que se traducen en altos costos ambientales, sociales y humanos. El uso masivo de pesticidas provoca la aparición de insectos y malas hierbas cada vez más resistentes a las fumigaciones, lo que a su vez agrava el uso de tóxicos que contaminan no solamente cultivos o suelos, sino los alimentos que comemos. Varios estudios confirman que los alimentos tienen residuos tóxicos y los mismos están por detrás de las enfermedades cardiovasculares, diabetes, cáncer, hipertensión y otras. Los agroquímicos también están empeorando la resistencia a los antibióticos, lo que se convierte en un problema serio para la salud pública. Todo esto significa que, tarde o temprano, los consumidores acabamos pagando de muchas maneras los costos ocultos de la agricultura.

El sistema agroalimentario promovido por el agronegocio también está asociado a los problemas de sobrepeso y obesidad. El consumo y gasto en comida chatarra sigue aumentando, al igual que la dieta poco saludable basada en grasas, azúcares y gaseosas. Seis de cada diez bolivianos adultos tienen sobrepeso y la población obesa crece a un ritmo alarmante. Los costos están a la vista: la obesidad afecta la productividad laboral y los costos médicos se multiplican.

Segundo, las malas prácticas de la agricultura generan igual o mayor costo ambiental. La agricultura a gran escala degrada y contamina los bosques, suelos, aire y agua. La deforestación implica perder miles de hectáreas de bosques primarios, los ecosistemas sufren cambios radicales y los territorios indígenas acaban en manos del agronegocio. Debido a que la contaminación de los suelos con nitrógeno y nitratos reduce su fertilidad, se pone en producción nuevas tierras a costa de más bosques. Está demostrado que los desmontes masivos reducen la humedad de los suelos y secan los reservorios y fuentes de agua. Por eso, no es casual que un problema generalizado es la escasez de agua en los principales centros poblados de la Chiquitanía.

Existen muchos otros costos ocultos. Un costo oculto de tipo económico es la subvención estatal al diésel que beneficia a los dueños de la agricultura mecanizada. Es un costo oculto porque no forma parte de los costos de producción ni de los precios al consumidor, sino pagamos todos los bolivianos con los fondos públicos que administra el Gobierno Nacional. Los productores agroecológicos también pagan un precio alto por su osadía de producir sin agrotóxicos y de forma sostenible, incurriendo en elevados costos de producción que el consumidor no está dispuesto a pagar.

En definitiva, alguien tiene que pagar los costos ocultos. Una parte recae sobre los hombros de los propios bolivianos, directa e indirectamente y otra parte se traduce en la destrucción de la Madre Tierra. Al desentenderse de los costos ocultos, los dueños de la agricultura a gran escala consiguen asegurar y aumentar sus ganancias a pesar de los bajos precios de los alimentos. Transferir a la sociedad los costos económicos, ambientales, sociales y humanos por medio de varios mecanismos invisibles es parte del modelo de negocio de la agricultura dominante.

Los costos ocultos no deberían permanecer en la oscuridad por más tiempo. Identificar esta cara oculta o valorar su alcance y tamaño, pueden ayudar significativamente para dar pasos decisivos hacia la agricultura sostenible.

Gonzalo Colque es investigador de la Fundación TIERRA

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