Varias investigaciones vaticinan la muerte del planeta. A pesar de saberlo, poco a nada accionamos colectivamente. ¿Qué nos pasa? Una de las razones es el discurso engañoso que montan los grupos de poder económico.
Hoy en día hay un persistente bombardeo de estudios sobre el cambio climático en el mundo. Se tratan de investigaciones basadas en complejas ecuaciones que nos exponen datos rojos, desalentadores y alarmantes para la humanidad: el planeta se nos muere. Recientemente, un estudio realizado por el equipo de investigación de Fundación TIERRA sobre el cambio de clima en Santa Cruz reafirma estas tendencias y proyecciones pesimistas, pero además da un paso audaz al identificar explícitamente a la agricultura mecanizada, y sus impactos en la deforestación, como una causa mayor del cambio climático.
He ahí la novedad, considerando que las investigaciones sobre el cambio de clima suelen centrar más la atención en la prolijidad de los datos cuantitativos que avanzar hacia el debate anti sistémico con nexos relacionales y dentro de una realidad socioeconómica concreta. De ahí que no es extraño que en Bolivia quepan discursos como el de la decadencia de la agricultura nacional a raíz del cambio del clima, y no en el sentido contrario, es decir, que la agricultura comercial y a gran escala es, en realidad, uno de los responsables directos del desastre climático.
En fin, al margen de esta discusión incómoda para muchos, lo cierto es que no será el único ni el último estudio que nos advierta lo mal que está nuestro medio ambiente y que probablemente estemos cerca de llegar al temido punto de no retorno en 2030, cuando los bosques más importantes emitirán más carbono de lo que lleguen a absorber. Después de angustiarnos y preocuparnos por unos escasos días, los receptores de los resultados de investigación, incluidos políticos, campesinos, académicos y activistas ambientales, lo más probable es que abandonemos con soltura nuestras buenas intenciones de cuidar el planeta. Si hubiésemos hecho algún compromiso de cambio, éste se habrá esfumado inevitablemente como la arena de la mano. De igual manera, habremos archivado los panfletos de buenas intenciones de algún político oportunista. ¿Por qué no actuamos más decididamente contra el cambio climático cuando sabemos muy bien las consecuencias? ¿A qué se debe nuestro letargo o falta de acción social? En otras palabras, ¿qué pasa por nuestra cabeza?
Las respuestas a estas preguntas que aparentan sencillez son más complejas de lo que suponemos. Un estudio procedente de empresas especializadas en el uso de software (Dassault Systèmes y Capgemini), a partir del análisis de contenidos digitales ha demostrado que existen cinco factores como barreras para la acción pro climática, siendo uno de ellos el “optimismo desconectado”. El optimismo desconectado, según ellos, es el resultado de la excesiva comunicación positiva y oportunista que suele contradecir lo que dicen los expertos. Otro factor detonante para los algoritmos sofisticados es la “delegación de autoridad”, que significa que encomendamos resarcir nuestra responsabilidad a otros. Además, asumimos que la tecnología puede solucionar la emergencia climática, lo que supondría que ya no es necesaria la acción social y esto pasaría sobre todo a las nuevas generaciones.
Ahora bien, sabemos que todos tenemos algún grado de responsabilidad en la catástrofe ambiental, por ende, es irrefutable nuestra obligación de tomar acciones desde nuestra individualidad y cotidianidad. Pero, lo cierto es que hay responsables mayores y poderosos que permanecen silenciosos detrás de la inacción social.
Volviendo al caso boliviano no podemos rehuir el cuestionar el rol del agronegocio cruceño en el apaciguamiento del activismo social y del pensamiento crítico. Año que pasa, el sector agroindustrial deforesta grandes extensiones de bosques, cambia cursos de agua y desertifica suelos, y de forma paralela, a través de sus medios de comunicación teje un amplio discurso parcializado que muestra al modelo soyero como la mayor “bendición” que todos los bolivianos deberíamos aplaudir. En este contexto de saturación de publicidad artera, es lógico que para muchos sea fácil, incluso cómodo, extraviarnos en el laberinto de palabras engañosas.
Para abandonar nuestro alejamiento de las acciones colectivas de responsabilidad ante el cambio climático, es menester desmontar aquellos mitos que construyen los sectores poderosos que aparte de victimizarse como afectados climáticos, apaciguan nuestras voces críticas y nos conducen a acciones frívolas. Hoy la Madre Tierra precisa de acciones políticas que vayan más allá de voluntades bien intencionadas. Se necesita transitar hacia una defensa climática estructural desde la colectividad organizada con conciencia social y si es posible, de clase.
Martha Irene Mamani es investigadora de la Fundación TIERRA.