Cada 6 de agosto, el actual primer mandatario y su antecesor se acostumbraron a pintarnos la economía boliviana como un logro extraordinario, gracias a sus políticas y a sus trabajos incansables. En los hechos, Bolivia es la economía más pequeña de la región.
El mensaje presidencial del 6 de agosto estuvo plagado de cifras para sostener que la reactivación económica no solo estaría avanzando a paso firme, sino que el desempeño de Bolivia estaría por encima de los países vecinos. Las pruebas concluyentes serían la muy baja inflación que rige y el tipo de cambio invariable desde hace una década.
En economía, hablar de reactivación implica que hubo o estamos en “recesión”. La recesión es un ciclo económico marcado por caídas recurrentes en el Producto Interno Bruto (PIB), desempleo y propagación de la crisis entre la mayor parte de los agentes económicos. En Bolivia y el mundo, precisamente esto sucedió el 2020 y parte del 2021 a causa de la pandemia de COVID-19. Pero, una vez que amainó la crisis sanitaria, la aldea global se reactivó, todos retornaron al ajetreo, aunque unos más afectados que otros.
Luis Arce habla de esta recesión y vende esta reactivación como el principal logro de su gestión gubernamental, bajo el slogan “Estamos Saliendo Adelante”. Aunque este mensaje presidencial goza de aceptación entre mucha gente debido a la estabilidad de los precios, existen dudas razonables sobre su validez y la solidez de la economía boliviana.
Para empezar, no debiera estar en duda que el COVID ha sido la principal causa tanto de la recesión como de la reactivación económica en curso. Pero Luis Arce y sus colaboradores insisten que la crisis ha sido ocasionada por el “nefasto gobierno” de Jeanine Áñez y no por la crisis sanitaria. Al repetir este libreto, se atribuyen la recuperación económica como un mérito propio. Se supone que el presidente, como economista y catedrático universitario, debiera entender las lógicas elementales de causa-efecto, pero este no es el caso.
Segundo, decir que Bolivia está mejor que otros países sudamericanos, es una táctica de avestruz para rehuir de los problemas socioeconómicos. La Comisión Económica para América Latina (CEPAL) podría estar en lo cierto al decir que Bolivia será el país que más reducirá la pobreza extrema en la región para el año 2023, pero esto no significa que estemos mejor que nuestros vecinos. El presidente arranca aplausos al elogiar el mencionado pronóstico, pero no menciona que este mismo organismo concluye que Bolivia es el segundo país con mayor tasa de pobreza extrema (13,4%), solo superado por Colombia (17,1%). Aún alcanzando lo previsto para el 2023, Bolivia seguiría ocupando el incómodo segundo lugar porque la brecha es grande con los demás países que están bastante mejor.
Tercero, decir que el 2021 Bolivia creció en un 6,1%, alcanzando 40.703 millones de dólares, parece sorprendente, pero seguimos siendo la economía más pequeña entre los países sudamericanos. En términos de Producto Interno Bruto (PIB) compartimos con Paraguay el último lugar, pero el país guaraní nos supera ampliamente en cuanto a ingreso per cápita (5.400 dólares frente 3.400 dólares, Banco Mundial, 2021). Si bien es cierto que Argentina está peor en términos de inflación y devaluación, sigue teniendo un aparato productivo con el triple de ingresos per cápita que Bolivia. El lado positivo de que seamos la economía nacional más pequeña de la región es, al parecer, que somos más resilientes ante las olas de grandes cambios mundiales.
Cuarto, es innegable que la economía boliviana se sostiene gracias al elevado gasto público, pero tiene igual o mayor importancia la economía subterránea. Los fondos públicos se están vaciando rápidamente con el aumento de las subvenciones directas e indirectas. Para el 2022, el gobierno prevé desembolsar 3.000 mil millones de dólares para la importación de carburantes, de los cuales se ejecutó el 58% en la primera mitad del año. Hasta ahora, los ahorros de la época de ‘vacas gordas’ y el endeudamiento público están ayudando a sobrellevar la pesada carga, sin embargo, el escenario se torna de color gris. De nuevo, ocupamos el último peldaño en cuanto a Reservas Internacionales Netas (RIN) que rondan los 4.300 millones de dólares.
La economía subterránea crece y permea nuevas esferas y capas socioeconómicas. Existe evidencia abundante sobre el crecimiento de la economía del narcotráfico y de la economía que se mueve al margen del código legal y de los pactos sociales. Las narcoavionetas, el contrabando, los “autos chutos”, el tráfico y avasallamiento de tierras, la minería ilegal, los cultivos transgénicos, el desfalco de fondos públicos, entre muchos otros. El Gobierno Nacional está acusado de varias ilegalidades, como la compra y comercialización de miles de toneladas de maíz transgénico. Los costos sociales, humanos y ambientales están a la vista de todos, acaparando los titulares de prensa.
Estas maneras de ganarse la vida inevitablemente corrompen y atrofian el potencial productivo del país. Para salir adelante, lo lógico sería frenar el deterioro socioeconómico y luego revertir lentamente. Pero el modelo económico de Luis Arce de salto a la “industrialización con sustitución de importaciones” ignora esta cruda realidad. ¿Cómo un país con el cuerpo encorvado y la mirada clavada en el suelo, escarbando la tierra para extraer oro, soya y gas, puede transitar consistentemente hacia la industrialización? El problema es que no existen condiciones mínimas para dejar de extraer materia prima y pasar a crear riqueza sobre bases frágiles o inexistentes en este momento. Ser una economía con menor presión inflacionaria no es reflejo ni sinónimo de mayor productividad laboral, alta competitividad internacional o existencia de sólidas cadenas de valor agregado. Sin los cimientos mínimos, por ejemplo, las plantas de producción construidas con dinero público seguirán siendo fuente de corrupción y elefantes blancos.
En ocasiones especiales, como la conmemoración de la fundación de Bolivia, se supone que el primer mandatario está obligado a ofrecernos una mirada visionaria y profunda sobre los grandes problemas nacionales. En lugar de ello, Luis Arce optó por el discurso demagógico y estadísticas económicas funcionales para proyectar una imagen engañosa. Para salir adelante, hace falta aceptar —admitir en lugar de negar— que somos la economía más pequeña de la región y, por lo tanto, tenemos grandes problemas de tipo estructural.
En otras palabras, no “estamos saliendo adelante” porque, entre otras cosas, el diagnóstico exhaustivo de la economía no es uno de los pilares centrales en el que descansa lo que dicen y hacen el Presidente y sus colaboradores.
*Gonzalo Colque es investigador de la Fundación TIERRA.