Bolivia está sumergido en una compleja situación de conflictividad, desde las elecciones nacionales de domingo 20 de octubre de 2019. La particularidad de este conflicto es que no son dos propuestas, ideologías o visiones que están en disputa, sino dos rechazos profundos. Por un lado, el rechazo a la perdida de la institucionalidad democrática en el país y por otro lado el rechazo al retorno de una clase elitista al mando del país. En este texto analizaré ambos e incluso un tercero.
El conflicto estalló la misma noche de las elecciones, con la repentina interrupción de la publicación del conteo rápido de votos, cuando 83% de las actas estaban contadas y una segunda vuelta se vislumbraba con gran probabilidad. Después de varios días de incertidumbre, el resultado final mostró una tendencia muy diferente, posicionando al partido gobernante de Evo Morales con más de 47% de los votos, y una diferencia de más de 10% con respecto a su oponente Carlos de Mesa, evitando así una segunda vuelta. Evo Morales se declaró ganador y sus oponentes, apoyados por instancias internacionales, desconocieron estos resultados y expresaron sus sospechas de fraude electoral. En este momento está en curso una auditoría realizada por la Organización de Estados Americanos (OEA), que no cuenta con el aval ni la participación de los partidos de oposición.
Las últimas semanas han estado marcadas por marchas, protestas y paros de sectores urbanos defendiendo su voto en contra de Evo Morales. Los sectores que apoyan al presidente se movilizaron también, en algunos casos con el afán de desbloquear y enfrentarse con los sectores en paro. Los medios de comunicación reportaron más de cien heridos y dos muertos hasta ahora. Sin embargo, un gran porcentaje de la población urbana y rural no está sumándose a ninguno de los dos grupos en conflicto.
¿Qué elementos hay en el fondo de este conflicto? ¿Cuál es su particularidad en relación con los conflictos nacionales anteriores como la Guerra del Gas en Octubre 2003 o la Marcha por el TIPNIS en 2011?
La particularidad de este conflicto es que no se trata de dos ideologías, propuestas o visiones contrarias para el país, que están disputando el apoyo mayoritario. Las propuestas políticas y económicas del partido MAS y del partido Comunidad Ciudadana liderado por Mesa no son muy diferentes en los elementos esenciales. Ambos garantizan una continuidad del modelo extractivista, con una cierta distribución social de los ingresos generados. De forma muy resumida, son proyectos políticos que no son socialistas, pero tampoco apuestan a un neoliberalismo radical como de los gobiernos vecinos de Chile, Argentina y Brasil.
Según los estudios de conflictos, para analizar un conflicto son importantes las posiciones e intereses, pero igual de importantes son los miedos. Y en este conflicto, es allí donde debemos centrar el análisis. Hablaremos entonces de los diferentes “NO” que están en juego.
El primer NO
Por un lado, están los miedos y rechazos del sector que defiende el voto opositor. Este sector se puede describir como una mezcla heterogénea de jóvenes, sectores urbanos, profesionales, clase media, y otros, liderada por demócratas liberales, líderes regionalistas de Santa Cruz y otros departamentos y una centro izquierda que se ha distanciado del MAS. Una de sus consignas principales es “Bolivia dijo NO”, refiriéndose al referéndum de 2016 donde una mayoría de 51% votó contra el cambio constitucional para posibilitar una tercera postulación del presidente y vicepresidente. A pesar de su derrota en este referéndum, Evo Morales impuso su postulación por otras vías. Lo que articula a este sector, no es una ideología política coherente, ni un interés común sectorial, sino el rechazo categórico a la perpetuación del gobierno actual en el poder y la descompensación de la institucionalidad democrática. Tienen razones para preocuparse, entre otras, la tendencia de cooptación de las instancias judiciales y del mismo Órgano Electoral, que ha resultado en una ilegitimidad total del manejo de los resultados electorales, los varios casos de corrupción y los dirigentes opositores que se encuentran en la cárcel.
El miedo a un Estado dictatorial se escucha en las calles en consignas como “No queremos ser Venezuela o Cuba”, en algunos casos mezclados con sentimientos regionalistas como es el caso de Santa Cruz. Pero más allá de estas expresiones más emocionales, es imprescindible reconocer que existe toda una generación (que ahora está en la izquierda y derecha) que ha luchado duro por la institucionalidad democrática en el país. Aunque podemos calificarla como una democracia con muchas deficiencias, ha sido su bandera de lucha, y estos sectores sienten un miedo profundo a perder todas estas conquistas y entrar paulatinamente en un Estado cada vez más autoritario, que no respeta la Constitución, ni las leyes, ni la independencia de la sociedad civil. También está el miedo en las organizaciones indígenas que han visto perjudicados sus derechos territoriales en este gobierno, por la imposición de proyectos extractivistas, carreteras e hidroeléctricas. En una alianza coyuntural no muy natural con los sectores mencionados arriba suman su voz de rechazo al gobierno.
Las dirigencias políticas de este sector, que en su estilo de liderazgo no tienen perfiles particularmente democráticos ni participativos, utilizan el miedo para mantener las movilizaciones, reforzándolos con viejas banderas como el regionalismo, pero no perfilan una propuesta concreta ni unificada para una salida democrática a la crisis. Muchas personas que votaron en contra de Evo Morales lo hicieron por expresar la necesidad de acabar un ciclo de poder acumulado en ciertos sectores, pero no necesariamente porque sentían una esperanza personificada en Mesa, Ortiz u otro de los líderes coyunturales. Han votado NO de nuevo.
El segundo No
Por otro lado, está la posición de las personas que votaron de nuevo por el MAS. ¿Quiénes son? Por un lado, son los sectores que en los 14 años de este gobierno lograron una cierta mejora económica, que, aunque sea frágil, ha sido concreta. Son sectores rurales, urbanos populares (pero no todos) y funcionaros públicos. El apoyo también se basa en alianzas oportunistas y cooptadas con ciertos sectores como las cooperativas mineras y las organizaciones campesinas e indígenas alienadas.
Para una gran parte de estos votantes rurales y urbanos del MAS, pesa mucho el tema identitario. Son también indígenas, sobre todo Aymaras y Quechuas, que viven en un movimiento constante entre lo rural y lo semi-urbano. Tienen recuerdos muy vivos del racismo y la violencia sufrida en el periodo antes de la subida de Evo Morales y en los primeros años de su Gobierno. Frente a candidatos como Carlos de Mesa, sienten miedo. Miedo de que el poder vuelva a una clase urbana, mestiza, elitista y que las reivindicaciones identitarias sufran retrocesos considerables. Miedo a que les quiten los bonos y la poca estabilidad económica que lograron en estos años. También tienen miedo de que, si entra Mesa de nuevo al poder, el país se llene de conflictos, porque serían sus hijos e hijas quienes pagarían con su sangre en las calles, como en octubre de 2003. Es un miedo al pasado y es profundo. Y el MAS lo sabe utilizar hábilmente. Por ejemplo, para defenderse frente a la acusación de fraude, acusa a sus opositores de discriminar al voto rural, provocando inseguridad e indignación en sus bases. La oposición no tiene una respuesta convincente frente a su angustia, al contrario, la alimenta con discursos que rechazan lo indígena y se basan en reforzar una identidad mestiza, urbana y cristiana para los bolivianos, desconociendo la idea del Estado Plurinacional.
Por eso el voto por Evo (que definitivamente ya no llega a 50%) también fue un voto inspirado en el NO. No al racismo. No a la vieja clase política. No a la inseguridad. Ahora, ¿cuántas de estas personas realmente están dispuestas a defender su voto por Evo en las calles? Eso está por verse. Por ahora han sido sobre todo grupos con perfil de choque (choferes, mineros, jóvenes armados con palos) quienes se hicieron sentir. Todavía no hemos visto las movilizaciones masivas de las organizaciones rurales y populares, que en anteriores épocas eran fuerzas decisivas.
El tercer NO
Es importante analizar también a la parte de la población que no participa en las movilizaciones o bloqueos. Prefieren o necesitan seguir con su trabajo y quehacer diario. El Alto prácticamente está funcionando de manera normal y así también las áreas rurales en todo el país. A través de su desánimo y ausencia este sector también expresa un NO. Expresan que esta vez movilizarse no vale la pena, porque no se sienten representadas por ninguno de los actores en conflicto. Una parte de este sector basa su rechazo en una crítica más profunda del partidismo y caudillismo que domina el escenario político, como la que fue expresada por varios colectivos feministas en estos días. Otra parte de este sector también llama a la paz y al diálogo desde un rechazo a la violencia entre bolivianos. Al igual que en los otros NO, este sector comparte un rechazo, pero está ausente una propuesta o una esperanza que les articule.
¿Salidas?
Este escenario de rechazos y miedos profundos genera mucha complejidad al pensar en una posible salida a corto plazo y más difícil aun en transformaciones estructurales a mediano plazo.
Las propuestas de auditoría electoral, segunda vuelta y anulación de las elecciones que estaban en disputa, ya perdieron fuerza en el escenario político. La consigna de los cabildos cívicos ahora es la renuncia de Evo Morales, lo cual difícilmente será aceptado por las bases del MAS. Una solución política que responda a los rechazos y miedos profundos de ambos lados, en el marco de la justicia social y la no violencia, necesitaría una madurez política que ahora está lejos de vislumbrarse. En este escenario llama la atención la ausencia de entidades que podrían ser mediadores. La Defensoría de Pueblo perdió su legitimidad al ser cooptada por el gobierno, la Iglesia Católica no actúa desde la neutralidad y los actores internacionales como OEA y países vecinos tienen motivaciones geopolíticas difíciles de ocultar.
Para volver a un país más unificado a mediano plazo es imprescindible volver a construir confianza, que es lo opuesto al miedo. Confianza entre ciudadanos, confianza en las instituciones, confianza en el futuro. Ha quedado claro que el escenario electoral no ha podido generar esta confianza y los liderazgos políticos no hacen otra cosa que deslegitimar al otro. El racismo en los hechos y las acusaciones mutuas se han convertido en estrategias perversas de incentivo desde ambos lados del conflicto.
Más allá del resultado político de este conflicto, como sociedad civil nos toca construir otros caminos, puentes y lazos que ayuden a volver a tejer las bases de confianza necesarias para convivir. Es importante visibilizar que la mayoría del país apuesta a la democracia y quiere superar el racismo, discriminación, y la violencia. Para superar la nefasta política de miedos, tenemos que entender que, como expresaron las compañeras feministas de Cochabamba: “La democracia se construye día a día en la casa, calle, cama, barrio y comunidad desde las diversidades culturales y sexuales que somos, desde la pluralidad de sentir y pensar, construyendo sueños y esperanzas, organizándonos colectiva y horizontalmente, promoviendo la autogestión, autodeterminación, el apoyo mutuo, el ayni, la reciprocidad, el cuidado de la tierra y la reproducción de la vida.”[1]
[1] Puede verse aquí el pronunciamiento completo de las feministas de Cochabamba