Desde una mirada comprometida, el autor pone en valor el aporte del antropólogo jesuita de entender al mundo aymara.
La frustración crecía entre los aymaras de Jesús de Machaca porque el consenso para la aprobación del estatuto de autonomía indígena se escabullía una y otra vez. Xavier Albó seguía de cerca el debate, junto con los delegados de los ayllus. Aunque tomaba fotografías, registraba todo en audio y llenaba su cuaderno con copiosas notas, pasaba casi desapercibido. Incluso intervenía sin reprimirse, como un machaqueño más. Pero cuando la polémica escaló de nivel, el antropólogo dejó de ser invisible. Alguien reparó en su presencia y la cuestionó. La frustración se canalizó hacia él y fue obligado a abandonar el aula que hacía de sala de debates.
Este pasaje de la vida de Albó (2009) está narrado de otra manera en su “anecdotario” de 718 páginas publicado en coautoría con Carmen Beatriz Ruiz. Es uno más entre cientos de historias que tiene para contar, pero no cabe duda que además de mostrar un momento personal difícil, expresa la compleja relación que mantuvo con los aymaras. Por un lado, se adentró como ningún otro en el mundo, a veces inaccesible, de este grupo social, desentrañando su historia plagada de violencia colonial, sus luchas políticas, las prácticas comunitarias o sus nexos con el mundo urbano.
Por otro lado, sin embargo, Xavier no supo o simplemente no buscó ser adoptado en el seno de los aymaras, de los machaqueños en particular, como uno más de ellos. Aunque su amplio conocimiento de las rutinas culturales y rituales o de las maneras en que se construyen las redes sociocomunitarias hubiera allanado el camino, optó por mantener distancia, prefiriendo algunas veces anteponer su larga lista de preguntas ante momentos de acercamiento sin reservas. También es cierto que su condición de sacerdote jesuita le negó relaciones de compadrazgo aunque no una relación muy estrecha con catequistas, universitarios, intelectuales o políticos aymaras.
Renegó tempranamente sobre la fácil presunción de que el aymara, por naturaleza, es hostil, inaccesible y agresivo. Tampoco aceptó el extremo opuesto: la imagen idealizada del “indio bueno”, solidario y comunitario sin intereses particulares. Así lo demuestra su trabajo sobre La paradoja aymara (1975) (el magro equilibrio entre el faccionalismo y la solidaridad), que se constituye al presente en su contribución intelectual más citada en las ciencias sociales. Es una especie de biblia para muchos estudiosos de las sociedades andinas y una referencia obligatoria para los propios aymaras que buscan (buscamos) entender las raíces de nuestros traumas históricos y explorar los caminos de emancipación.
Entendió desde el terreno que la distancia que mantiene el aymara frente a los blancos es, fundamentalmente, porque estos últimos lo han sometido, explotado y discriminado sistemáticamente. Quizás esta es la razón por la que desconfiara cada vez más de la teoría para pasar a lidiar con problemas prácticos. “Yo no creo mucho en los conceptos muy sofisticados”, puntualizó en una entrevista reciente. Su apuesta por fundar CIPCA en 1970, como un medio de acción directa, o su interés por la investigación orientada a políticas públicas sobre etnicidad, lingüística y plurinacionalidad, han respondido fielmente a su compromiso social por abordar las causas de fondo de la distancia entre unos y otros, es decir de las brechas en razón del color de piel, lengua o pertenencia étnica.
Los aymaras reticentes a aceptar a Albó cambiarían de parecer si conocieran una de sus contribuciones más influyentes para la resistencia y lucha campesina. El texto Nuestra historia (1976) expone didácticamente en cuatro periodos la vida de los andinos: los tiempos oscuros, de esplendor, de sufrimiento y de intentos frustrados de liberación. Entre los 70 y 90 no había manera de sintonizar la radio aymara San Gabriel sin escuchar alguna de las versiones basadas en este texto. Los machaqueños tienen una deuda mayor. Xavier Albó impulsó, editó y produjo en coautoría con Roberto Choque y Esteban Ticona cuatro libros de la serie Jesús de Machaqa: la marka rebelde. Esta serie documenta, como ningún otro trabajo, la larga lucha de esta marka desde la época preincaica hasta los años 90. Un último libro sobre las recientes vicisitudes en torno a los avatares de la autonomía indígena sería un complemento ideal.
“Yo prefiero mil veces hacer lo que hago, (…) que estar perdiendo mucho tiempo en cosas burocráticas”, dijo en otra entrevista y lo remarca en su anecdotario. Ciertamente, no es un privilegio que pueden darse todos los investigadores para despreocuparse del pan de cada día, pero él se lo ganó tras haber optado por el camino religioso. La extensa red de la Iglesia Católica le puso un paso adelante, y muy bien explotado, para acercarse al mundo aymara y a otros pueblos indígenas desde distintas perspectivas, lugares y experiencias. Por varios años fue el responsable de los jesuitas de la temática indígena de América Latina. Y no descansa. Sigue editando sus obras selectas.
El día que recibió la condecoración Cóndor de los Andes exhortó a no olvidar el principio ama llunku (no seas servil). No lo fue en su acercamiento a los aymaras y éstos tampoco lo fueron con él. Y esa relación equilibrada —ciertamente a un paso del “faccionalismo” entre Albó y los aymaras— ha dado frutos innegables para ser un poco más “iguales aunque diferentes”.
* El autor es Director de la Fundación TIERRA.