La representación simplificada y sin matices de la realidad, dotó a la dirigencia masista de un lenguaje potente para comunicarse con las masas. Perdieron complejidad los temas económicos, políticos o sociales, y las palabras cobraron mayor valor didáctico.
En última instancia, el apogeo y la caída de Evo Morales tienen una explicación en común: una política binaria combinada con apuestas “a todo o nada”. Morales reescribió la Constitución en sus primeros años de gobierno (2006-2008), llenó los pasillos del poder político con representantes indígenas y populares, se atrevió a conformar lo que llamó un “gobierno de movimientos sociales”. Abrazó todas las reivindicaciones de izquierda. Sus reiterados éxitos electorales llamaron la atención del mundo. Cuando jugó al límite para centralizar el control de todos los poderes del Estado (ejecutivo, legislativo, judicial y electoral), no encontró grandes obstáculos y mantuvo casi intacta su legitimidad política.
El año 2009 fue reelecto por primera vez, pero el Tribunal Constitucional aceptó la interpretación del Movimiento al Socialismo (MAS) de que las cuentas volvían a cero con la puesta en vigencia de la nueva Constitución. De ese modo, se habilitó junto a García Linera para la carrera electoral del 2014 y la ganó sin despeinarse. Aunque perdió el referéndum de febrero de 2016 para una nueva reelección mediante una reforma constitucional, invocó la supremacía de su derecho humano a participar en la política frente a los poderes judiciales y electorales cooptados. Ganó de nuevo. Evo y Álvaro quedaron habilitados para el periodo 2020-2025, apostaron fuerte, confiados en que “Evo puede ser electo cuantas veces el pueblo lo decida”; pero, esta vez, perdieron.
Estas y otras decisiones de la era de Morales, guardan una conexión estrecha con la política binaria o dicotómica que el MAS adoptó y perfeccionó con los años. Hurgar este elemento no solo ayuda a entender un ciclo de casi catorce años, o la llamativa mirada simplificada de la izquierda internacional a favor de Evo Morales, sino sobre todo puede contribuir a contrarrestar los retrocesos que se avizoran en cuanto a la inclusión política de las mayorías; esto es, la población indígena y los sectores populares.
Primero, la política dicotomizante del MAS dividió Bolivia en dos frentes antagónicos: neoliberales vs. anticapitalistas, derecha vs. pueblo, blancos vs. indígenas. Instaló en el ámbito estatal la narrativa de las “dos Bolivias” que tiene una larga historia. El MAS construyó un enemigo común y utilizó esta imagen para articular una amplia gama de movimientos sociales y populares, y sus demandas históricamente desatendidas. En un primer momento, el discurso binario fue un arma letal para anular el protagonismo de los partidos políticos tradicionales y de los líderes de oposición. Cuando el MAS hegemonizó la arena política, la mirada binaria se mantuvo, pero esta vez para alimentar el miedo de la gente ante el retorno de los fantasmas del pasado; es decir, los “vendepatrias” o la derecha neoliberal que conspira contra el “proceso de cambio”. La polarización alcanzó un nivel sin precedentes cuando la palabra “pueblo” quedó cargada solo de connotaciones positivas y, finalmente, asociada al nombre del presidente depuesto: @evoespueblo.
Esta realidad simplificada y sin matices, dotó a la dirigencia del partido de un lenguaje potente para comunicarse con las masas. Perdieron complejidad los temas económicos, políticos y sociales y, a cambio, las palabras de Evo Morales ganaron mayor valor didáctico. El crecimiento económico que acompañó la llegada del MAS al poder, brindó un soporte palpable para la narrativa de los grandes logros materiales alcanzados gracias a la nacionalización de los recursos naturales. Mientras algunos sectores censuraban los gastos dispendiosos de Morales, su lenguaje no verbal de descender desde un helicóptero para visitar poblaciones olvidadas, ha sido visto por muchos como una prueba concreta de inclusión campesina-indígena y, por supuesto, de la prosperidad económica publicitada hasta el cansancio.
Segundo, la política binaria de Morales, si bien acrecentó el poder político de un gobierno de raíces ciertamente populares, no pudo eludir una contradicción interna que se hizo insostenible con el tiempo. El patrón de desarrollo tenía poco o nada de anticapitalista. El MAS entendió temprano que su poder político emanaba de los altos ingresos generados por la economía extractiva. Pronto comenzó a justificar la participación de las compañías transnacionales con el argumento de que ahora eran socios y no patrones o dueños de los recursos naturales. Los capitales privados mantuvieron su participación en el sector hidrocarburífero, los banqueros privados se convirtieron en un aliado silencioso y poderoso del gobierno y, el MAS no dudó en abandonar las banderas ambientalistas y pro-campesinistas para dar lugar a alianzas de alto riesgo tanto para la implementación de megaproyectos en áreas protegidas y territorios indígenas, como para la profundización del modelo agroextractivo a fin de exportar más soya transgénica y carne vacuna a China.
Tercero, la política binaria y la centralización del poder consolidaron la imagen caudillista de Evo Morales. Un héroe anticapitalista encarnado en un indio, un ícono internacional de las izquierdas que no solo había cosechado logros políticos, sino que también exhibía logros económicos a modo de pruebas irrefutables de su retórica. Al contrario de numerosas lecturas de intelectuales comprometidos con gobiernos latinoamericanos de izquierda –lecturas binarias– Morales puso su ambición por retener el poder por encima del proyecto popular-campesino-indígena de transformación del Estado desde abajo y adentro. ¿Por qué cierta izquierda defiende al caudillo Morales sin inmutarse ante el hecho de que arrastró en su caída uno de los instrumentos políticos más representativos de los pueblos?
Al igual que en el campo económico, la dicotomización engendró un gobernante autoritario que acabó subordinando las reivindicaciones de las masas a los intereses de una clase gobernante sin capacidad de autocrítica. A diferencia de otros líderes políticos como Rafael Correa, Cristina Kirchner o Lula da Silva, Evo Morales gobernó blindado por su condición de indígena de raíces humildes. El trato condescendiente que recibió por esta condición de ser un descendiente de los oprimidos, facilitó su tarea de concebir y representar la realidad en blanco y negro, lo que implica simplificación y exageración de ciertos rasgos. Los miembros críticos con las políticas del MAS o que eran poco tolerantes con el binarismo del líder indígena, como los fundadores Román Loayza o Filemón Escobar, fueron marginados sistemáticamente, acusados de traidores o racistas. Los indígenas que pretendieron ejercer su derecho a ser consultados fueron expulsados del partido y maltratados públicamente. La brecha entre el mensaje presidencial de “gobernar escuchando al pueblo” y un régimen cada vez más proclive al autoritarismo, se ensanchó con la imposición de la reelección inconstitucional del binomio masista.
Fiel a su manera de hacer política, Evo Morales explicó su caída en términos binarios. Los fascistas, racistas y golpistas habrían conspirado en contra de los campesinos, los pueblos indígenas, la clase trabajadora y los sectores populares. “Mi pecado es ser indígena, dirigente sindical, cocalero”, declaró ante la prensa desde México. Acusó directamente a Carlos Mesa y Luis Fernando Camacho, pero ignorando intencionalmente el papel protagónico del líder potosino Marco Pumari. No le convenía ni encajaba en la simplificación. Obtuvo una solidaridad de la izquierda internacional comparable con el apoyo aplastante de los bolivianos durante la primera mitad de su gobierno. Aunque en Bolivia, los sectores populares y rurales ciertamente protagonizaron masivas protestas en contra del “golpe de Estado”, el pedido del retorno de Evo pronto fue perdiendo fuerza y legitimidad en las calles. El fraude electoral se convirtió en un muro de piedra frente a los intentos de victimización de quién llamaba a sus seguidores en público a la pacificación y, a la vez, instruía en privado cercar las ciudades para dejar sin alimentos.
Finalmente, la política binaria del MAS que puso a Bolivia al borde de un enfrentamiento interno, no protagonizará el nuevo ciclo político. Las lecturas binarias también pierden relevancia por su incompetencia para interpretar la realidad y porque el ciclo que se abre con el retorno a las urnas emerge de esa complejidad ignorada. Ciertamente, nuevos peligros acechan. Se estrecharán las vías de participación política desde abajo, pero también se abren escenarios, por ejemplo, para que los parlamentarios de origen indígena o campesina dejen de ser objetos decorativos o “levantamanos”. En contraposición al discurso polarizante que homogeniza y unifica grandes sectores de la población, el aceptar la complejidad implica lidiar con demandas y visiones de país heterogéneas. Probablemente los líderes populares y locales perderán el contacto directo que solían tener con el primer mandatario, pero la cooptación disminuirá a favor de un mayor control social del Estado. El regionalismo entre “collas” y “cambas” sigue siendo un problema latente –al igual que el racismo o el machismo– que el gobierno del MAS dejó que persista e incluso fue utilizado para cálculos políticos, en lugar de tender puentes de integración.
En definitiva, estamos frente a complejos problemas que nos plantea la democracia boliviana, por un lado, concebida por las élites como un mero formalismo necesario para la retención de privilegios en razón de clase o etnia; pero, por otro lado, abre nuevos horizontes para procesos democráticos que de forma acumulativa y guadual puedan conducirnos hacia una Bolivia con mayor inclusión y justicia social.
* El autor es Director de la Fundación TIERRA.